Ayer
En mi familia nunca hemos tenido coche (mi padre no lo consideraba necesario), así que, cuando íbamos al pueblo los fines de semana, lo hacíamos siempre en el coche de mis tíos o en autobús. Los viajes en el 127 rojo tenían su gracia. La redondez de mi madre y mi tía eran el mejor airbag que uno podría imaginar, y el inquietante bicho encerrado en metacrilato de la palanca de cambios me parecía todo un signo de distinción. Pero, sin duda, uno de los recuerdos más fascinantes de mi niñez era la sensación de bienestar que me producía pegar la nariz al sucio escaparate de la tienda de muelles situada un poquito más arriba de la estación de autobuses.
Hoy
Cumplo 31 años. El 127 rojo hace tiempo que se jubiló. El pueblo creo que sigue donde lo dejé, pero ya no lo recuerdo demasiado. Sobrevivo como buenamente puedo sin mi mullido airbag. ¿La tienda de muelles? Ella sigue en su sitio, quizá buscando más víctimas estrafalarias a las que producir su particular síndrome de Stendhal.
Esta foto es el mejor regalo de cumpleaños del mundo. Gracias,
Fátima y Almu. No os puedo querer más, perracas. Y a mi sobrino postizo le pienso llevar 10 baberos, por lo menos. Me habéis alegrado el día, como a Clint Eastwood. :)