De un tiempo a esta parte, dar una patada a una piedra ha dejado de tener gracia, porque bajo las rocas se retuerce un bullicioso enjambre de sabedores de todo y hacedores de nada. El que no es economista a tiempo parcial y sienta cátedra en la barra del bar dando la martingala a todo aquel que tenga orejas, coge la cámara y se siente Cartier Bresson; los hay que diseñan adefesios surtidos que colocan sin pudor en la plaza del mercado de otros ciegos que se piensan tuertos, los hay que pintan la mona con brocha gorda o que pretenden publicar sus listas de la compra sin haber juntado la "p" con la "a" en su puñetera vida... Sin duda alguna las abuelas del mundo han dejado de cumplir su ancestral función y cada uno se autoetiqueta la frente como le viene en gana al son de los aplausos de la cla de turno. Y mientras todo esto ocurre, una inmensa minoría de humanoides, tan raritos como conscientes, sólo queremos arrancarnos cualquier tipo de cartelería (ardua empresa la de vivir en los pronombres), sentarnos frente a una cabra y existir como lo haría un peñasco, con sencillez.